miércoles, 20 de agosto de 2008

Mi amigo el arbol


Todos los días cuando llegaba a la oficina, ahí estaba él, mudo, esperándome como con los brazos abiertos. Como diciéndome órale mi cuate, bien venido, y de el salían pájaros carpinteros, iguanas, lagartijas, gorriones, chanates y hasta gatos relamiéndose después de haber tenido un gran banquete.
Su amistad me duro muchos años. Su sombra también.
Fueron para decir cierto, más de 14 años. Nunca me pidió algo. Siempre me daba sombra, aunque de vez en cuando, me echaba unas pildoritas que eran más bien sus semillas con las que se iba a reproducir. No se si el viento se llevo a estas hijas de mi amigo por ahí. Creo que si. Debe haber sido así. Porque este amigo mío es de una gran familia de esta región. Creo que le dicen Pinguicas y es de la familia de los Ficus. Esta muy bien aclimatados y crecen como desesperados.
Mi amigo tenia como 70 o más años. Yo creo que nació cuando pusieron esta colonia de la Gabriel Leyva. Cerca de aquí hay un parque donde chicos y grandes corren con mucha fibra desde hace mucho tiempo. Ese parque estaba desde que veníamos de México a pasara las vacaciones en casa de mi tío Álvaro y Maria, que vivían precisamente enfrente del parque. A un ladito, vivía mi tío Pepe con su familia, casa que después paso a propiedad de Ernesto quien ahora, alguien de ellos no se quien, su viuda creo, la esta vendiendo. También la casa de mis padrinos, porque han de saber que eran mis padrinos Álvaro y Maria, paso a herencia de mi primo Dionisio y el se la dejo a su mujer, mi comadre Yolanda quien gracias a la sabiduría de su marido, dividió la casa en varias, saco varias casa de una y así mi comadrita puede sortear los vendavales del tiempo, rentando el frente de la casa a una agencia de publicidad que le paga seguramente bien. Que bueno que es así.
Bueno en esos viajes que hacíamos de la ciudad de México a pasar las navidades en estos lares, pues era bien padre y jugábamos en ese parque de la colonia. Íbamos a nadar al río en esa época que se podía, porque el río estaba mas o menos limpio no que ahora esta lleno de puros detritos humanos y de quien sabe que mas. El caso es que pasábamos dos meses en estos lugares, desde fines de noviembre hasta mediados de enero que nos regresábamos por el tren Sud Pacifico que había en aquel entonces. Este era un medio de transporte bien padre, porque tenia unos vagones americanos y luego el salón comedor era una delicia, ahí comíamos unos huevitos bien ricos y una comida muy especial.. mi papito siempre adquiría un gabinete para que fuéramos como bien protegidos y adema serse gabinete tenia cuatro camas, dos literas pares, y tenia su propio baño-excusado, que cuando hacías alguna necesidad oías el traca traca de las vías del tres porque todo lo que echabas por el retrete se salía a la vía del tren, me imagino como estaba de cagada toda la vía porque fíjense cuantas personas y cuantos viajes se hacían en este tren y en ese entonces, ni hoy, hay quien limpie de esos desperdicios humanos a las pobres vías del tren., el caso es que era una delicia irse por ese tren que hacia tres o cuatro días desde Culiacán hasta la ciudad de México. Y viceversa.
Bueno, el caso es que cuando veníamos a Culiacán, no hacia calor como ahora en estas épocas de verano. Nunca nos toco venir en verano hasta que ya nos radicamos en esta perla del Humaya. Porque le decían así a Culiacán? No lo se, la perla de que? Pensaba yo. Es un calor de la fregada.
Bueno, sigo con mi árbol. Este arbolito no nos pidió nada durante todo el tiempo que estuvo haciéndonos sombra en forma gratuita. Que fue lo que le paso? Que un domingo de estos, cayó en Culiacán un aguacero de muy señor nuestro, de esos como que quieran acabarse las aguas que cae con tanta furia que piensa uno que de verdad esta lloviendo. Casi siempre esos aguaceros vienen acompañados de unos ventarrones que tiran a su paso, lo que se les ponga entre medio. Y fue así como mi pobre arbol no pudo aguantar por sus 70 años o más, esta fuerza que lo estrujó y le quebró uno de sus brazos, el más fuerte, que era el que sobresalía de su pico alto, y como consecuencia lo lanzo hacia el techo de los departamentos donde tenemos nuestra oficina. Sugerí que viniera alguien y cortara ese brazo o terminara de separarlo del pobre árbol que se había quedado como cuando alguien sufre una fractura. El, mudo, no dijo nada. Esperaba que se hiciera algo.
Llamamos a los de la comisión Federal de Electricidad, porque la rama esta en peligro de caer sobre los cables que alimentan la luz de nuestras oficinas. A los de la CFE les valió como todas las cosas. Eso es cosa de los particulares. Dijeron.
Entonces alguien llamo al mentado Ayuntamiento. Los de árboles y jardines vinieron y dijeron que si, que habría que cortarle la rama.
Hasta ahí todo iba bien. Oh, sorpresa.
Llego un día por la mañana y me encuentro en el suelo a mi amigo. Que te paso? Como fue? Quien te secciono todo?. Nada que habían venido los que diagnosticaron que habría que cortarle la rama y.. lo cercenaron todo. Dejaron, como prueba de su existencia, una parte de el. Su tronco firme, fuerte, sin ninguna huella de vejez, ni tampoco de polilla o algo que hiciera suponer que merecía la muerte. Porque cuando llovió aquel día, mi amigo estaba verde, frondoso, lleno de nidos de pájaros y agujeros de carpinteros, además de un hueco que tenia por la iguana que ahí vivía.
Eso, el que estuviera verde, les valió a estas mentadas yuntas del ayuntamiento. Vinieron y lo mataron. Todavía cuando estaba en el suelo, cayeron aquellos nidos de pajaritos, y pronto más que rápido, los gatos del barrio se dieron el último banquete al engullírselos completamente.
Así fue y ahí quedo, tirado. Cortado. Mutilado. Cercenado. Seccionado, segado.
-escrito el 20 de agosto del 2008, por gmm-