hijos de Guadalupe.. |
Ahí
estábamos en la espera de que se iniciara le ceremonia. Los hijos de Guadalupe,
Jose Maria y Pavel, licenciado uno y músico el otro. En espera del
representante del Rector, estuvimos casi media hora. Bueno, la ocasión lo
ameritaba. Se trataba de nada más y nada menos, rendir homenaje a mi ñero
Guadalupe. Lupillo, Wally, como quieran llamarle. Futbolista, derecho a carta
cabal, serio, ordenado, respetuoso y gran formador de juventudes “cuasi
comunistas” en su tiempo de maestro de la UAS.
Estuvimos
juntos en la escuela de Economía. El era delantero. Por los apellidos, siempre
andábamos juntos. Meza Mendoza seguido de Millan Morales. La e y la i. recuerdo
nuestros encuentros estudiantiles, las idas y venidas por los pasillos de aquel
semi en obra negra espacio universitario. Ahí viene Ceceña. Era el coco. Trae
papeles para hacernos el examen. Ijole.
Porque Ceceña era así, sin previo aviso hacia examen de la materia.
Muchos
son los que han escrito en su memoria. “Todos los que conocieron al
"Wally" Meza, saben que se trataba un excelente amigo, persona muy
preparada y que compartir a la perfección sus actividades como funcionario y
maestro universitario y jugador de futbol” dice un comentarista de deportes en
el DEBATE. Como digo, era una persona muy discreta. No era introvertido, porque
tenía muchos amigos, pero las cosas personales las guardaba siempre para si.
La
Rosa Ma. Peraza que fue su mujer, me confesó un día de estos. “Yo lo lloré al
cabrón. Fue mi marido y compañero de muchos años. Pero el día de su muerte,
sólo lo lloré sola. Me encerré en un cuarto y deje salir todo mi dolor. Sus
hijos fueron a la ceremonia, es su papá, les dije. Yo no”.
Cuentan
también que el día que se separó de Rosa María, llego con un amigo y le dijo:
“Me expulsaron de la cancha. Me pusieron tarjeta roja”. Y lo lamentó de esa
manera. Al estilo del futbol. Al estilo de las canchas y del deporte donde
corres tras la pelota por 90 minutos y terminas sacando la lengua.
Teníamos
un amigo en común en la Escuela. Se llamaba Rosalio Salomón. Fue abogado en
Derecho y quien sabe por qué razones, quiso ser también Economista. No terminó
la carrera, pero era el más mayor, así se dice, del grupo. Lo vacilaba
pegándole al pecho, pecho de mucho pelo, de donde al hacerlo, le salía mucho
talco alcanforado. Creo que se ponía talco alcanforado para el calor que
siempre ha hecho en estas tierras. Cuando hacia eso, le decía: Vecchietta
bruta. Esto se refería a que la vejez, es como una maldición, porque va
haciendo a las personas lentas, retardadas, brutas, pues. El Chalío le gustaba
que le dijera eso, porque siempre se reía. El Wally escuchaba aquella alocución
y se nos quedó, porque era frecuente que cuando nos veíamos el futbolista y un
servidor, siempre gritaba “Vecchietta bruta” caros amicus…
Lo
recordaré.
De
nuestra generación sabia y generosa, han partido ya varios “ñeros”. El primero
fue el Rafa Roiz, quien falleció al igual que Guadalupe, de cáncer en la
próstata.
Guadalupe Meza Mendoza, ñero recordado |
Cierta
ocasión tuve un problemilla de salú. Tuvieron que operarme para sacarme la
vesícula, porque se me había hecho un agujero en el intestino delgado,
curiosamente donde la vesícula descarga en él. Había hecho un agujerito y por
ahí drenaba la bilis, cosa que duró mucho tiempo, hasta que se taparon los
agujeros y tuvieron que abrirme la panza, para sacarme, las piedras que se
habían formado por muchos años, y la vesícula misma. Fue una operación muy
traumática. Muchos creyeron, entre ellos el mentado Rafa, que me iban a
“Cafetear”, como me decía con burla, cuando supo de mi operación. Bueno, al que
cafeteamos primero fue a él, sin que nadie ni menos yo, se lo hayamos deseado.
No, para nada.
Después
del Rafa se nos fue el compañeiro Fausto de Gounod (ustedes saben que hay una ópera
famosísima que se llama así, Fausto y es de un autor francés que se apellida
Gounód). Así le decía de broma. Ni se reía.
Fausto
Burgueño Lomelí, quien una semana antes de que se fuera de la tierra, le
platicó a su mujercita Eloina, que sentía un dolor muy fuerte en el pecho.
Fueron al doctor, quien le indicó que tenía que ir con el cardiólogo. “Bueno,
la semana próxima iré”, le dijo a su mujer. El domingo, antes de amanecer el
lunes, estuvo platicando largo y tendido con el Patito Morgan, quien sabe que
tanto le dijo. El Patito no nos ha querido dar santo y seña. Bueno, el caso es
que el Lunes, estaba desayunando, cuando, pás, cayó muerto. Un infarto acabó
con su vida de revolucionario, en un instante. Porque cómo lucho por muchas
causas. Su lucha más importante fue el Centro de Ciencias de Sinaloa, institución
a la que le dedicó más de 12 años de su vida. El fue prácticamente el que hizo
ese Centro tan importante en la cultura de Sinaloa. Aunque no lo hayan
reconocido para nada, porque mínimamente debería alguno de los salones o
cuartos, llevar su nombre como creador del Centro. Bueno eso es cosa de otro
costal.
A
Fausto le deben muchos muchas cosas. La misma Universidad de Sinaloa, donde
estudiamos y de la que es rector un primo de Fausto, que solo se acuerda de él
porque lleva el apellido Burgueño, si no ni por eso. Las luchas por las que
pasó en la Universidad cuando aquélla época de los 68 fue realmente penosa.
Tuvo que ir, sacrificado, a la cárcel, donde lo visite y en donde estaba
pasando por las de Caín. Fue Sanchez Celis el gobernador que lo puso, por un
tiempo y para aplacarlo, en la cárcel de Bachigualato. No lo dobló.
Fausto
de ahí, como que hubiera sido un pacto, salió del Estado y se fue a México, en
donde inicio sus clases y además su doctorado en la escuela de Economía de la
UNAM. Llegó a ser el director del instituto de Investigación de la UNAM. Ahí,
tampoco, ni siquiera, le han rendido un homenaje por el tiempo que estuvo en
esa institución. No cabe duda que los tiempos así son. Cuando tienes cierto
“poder” todos te rinden pleitesía. Dejas de tenerlo, y pasas al olvido. Fausto
vivió con mucha inquietud. Quería hacer muchas cosas. Le falto tiempo. Recuerdo
en una ocasión que nos propuso formar un despacho de “estrategias económicas y
políticas”. No llegamos a cristalizarlo.
La ironía del destino. Así son los economistas, pocas veces aterrizan
sus proyectos.
En
tiempo atrás escribí algunas cuartillas para cuestionar la utilidad de ser
“economista”. ¿Para qué sirven los Economistas?, era mi pregunta e irónicamente
trataba de cómo el economista sirve para muy poco o para nada en este país. Ni
siquiera para dar predicciones, ya ven ustedes como se desvirtuó el pasado
proceso electoral, donde se hicieron encuestas mil, de las que como una
verdadera farsa, todas fallaron en sus predicciones. Recientemente una
institución muy “seria” como el FMI (FONDO MONETARIO) señaló que México va a
tener un crecimiento de 3.9 y no de 3.6 como se había dicho. Ahí están las
cifras, equivocadas otra vez, reflejando una mentira constante y permanente de nuestra pobreza y de nuestra
desgracia.
Fausto
se enojaba conmigo y me increpó una vez: Oye Millán, no seas cabrón, ¿cómo es
que hablas mal de tu propio gremio? Eso no se vale, me dijo. El no entendía mi
ironía. Eso era. Únicamente la ironía, no porque estuviera en contra de los
economistas. No.
Muchas
horas hemos pasado juntos, este grupo de compañeiros entre los que están Mario
Haroldo Robles, Santiago Flores Castro, el mismo Wally, César Morgan, Marco A.
Cervantes, Aarón Heredia Quiñones y los que se han juntado al grupo de los
egresados en el 69. Siempre hemos estado unidos en las buenas y en las malas.
Hemos visto pasar el tiempo. No somos los mismos de hace 40 años, tiempo que ya
tiene nuestra generación, y motivo del cual hicimos una ceremonia desayuno a la
que asistieron los que señalo aquí, con sus familias. Ahí hicimos un
reconocimiento a nuestros maestros Donaciano Martínez y a Genaro Arce. Fue un evento muy bonito. Como este que la Escuela
de Economía, vaya!, hace en la memoria de nuestro ñero Wally Mendoza. Caput,
compañeiro. Llevas delantera en la pelota. (gm)