miércoles, 11 de marzo de 2009

tu cruz, tu destino..






Cuando Alicia escribió este relato, lo hizo pensando en las muchas mujeres que así se sienten. Desoladas por el destino y amargadas por la infelicidad que les ha producido una vida que vana de esperanzas, se lleno de desolación. Y sin embargo, hay que continuar con ella, como la cruz del cristo que sin importar el peso del castigo, la cargó y llevó consigo por todo su peregrinar martirizado hasta que fue crucificado.

Me he casado con un hombre al que apodaba “Descuartizador de aguacates”. Ya comprenderán que mi matrimonio es un fracaso. Cuando conocí a mi marido, yo tenía dieciocho años. Por entonces, estaba convencida de que el día mas hermoso en la vida de una muchacha, era el día de su boda y cada vez que veía a una novia, me ponía a moquear.
De emoción, como tonta.
Ahora que los años han pasado y que tengo más de cuarenta, no me divorcio porque me da miedo vivir sola. Mi madre también me decía: “Tú escogiste esto, es tu Cruz, es tu Destino”. Así que suponía que mi inseguridad era culpa de ella y también mi falta de valor.
El es un hombre normal, como todos, es decir, me pega solo cuando hay motivo, a veces se gasta todo nuestro sueldo en el juego o con los amigos, pero eso solo sucede una vez al mes.
Viene de la oficina por las tardes y se tumba en el sofá, delante de la tele. Yo también vengo de mi oficina, pero llego a casa dos horas más tarde que él y cargada como una mula, con las bolsas del super. Que me ayudes, le digo. Ahora voy, me responde. Nunca dice no, directamente, pero termino de subir todas las bolsas y el no ha meneado aun el culo del asiento.
Voy a la sala, le grito, le insulto, manoteo en el aire y me rompo una uña. Y el, ni se inmuta. Entonces, me siento en una silla de la cocina y me pongo a llorar.
Al rato, aparece el en calcetines ¿Qué hay de cena?, pregunta con su voz de inocente. Hago acopio de aire para soltarle una parrafada venenosa, pero el me intercepta con una habilidad nacida de años de practica.
“Ya sé.. te voy a preparar una ensalada que te vas a chupar los dedos”, exclama con su cara de no rompeplatos. “Esa ensalada de aguacates y nueces y manzana que tanto te gusta”.
Así que me amanso un poco porque soy idiota y aunque refunfuñando le ayudo a sacar los platos, la fruta, los cuchillos y le atoa la espalda mi delantal, mientras el mantiene los brazos como si fuera un cirujano a punto de realizar una operación magistral a corazón abierto.
Entonces empieza a pelar los aguacates y yo por hacer algo, lavo, corto la lechuga, pico cebolla, parto nueces, convierto dos manzanas en pequeños cubos. Lo miro por el rabo de los ojos y el sigue pelando los aguacates, de modo que saco unas papas, las pelo, las lavo, las corto finitas, que es como el exige que sean. Saco la sartén, echo un poco de aceite, enciendo el fuego, frió primero las papas bien doraditas y luego también un par de huevos. El aceite chisporrotea y salta y como no tengo puesto mi delantal, me mancho de grasa la pechera de la blusa. Lo miro: el continua manipulando amorosamente su aguacate, tan torpe, tan lento, tan inútil que mas que cortar el fruto se diría que esta haciendo una meticulosa autopsia. “No sirves para nada”, le gruño y el me mira con cara de dignidad ofendida. “Y encima no me mires así”, chillo enojada. El frunce el ceño se quita el delantal con lentitud, después se va a la sala y se deja caer en el sofá, frente al televisor, mientras se chupa los dedos tratando de quitarse la verde carne que los aguacates han dejado.
Yo se que ahora pondré la mesa, como todas las noches, cenaremos sin dirigirnos palabra alguna. Lo mas terrible es que nuestro fracaso como pareja además de los problemas que tenemos una vez por mes los problemas domésticos son sórdidos conflictos también. Y no es que me importe mucho hacerme siempre cargo de las labores de la casa, no me gustan pero si hay que hacerlos, pues se hacen. No, lo que me amarga la vida es su presencia, porque me encantaba cocinar para mi hija, aunque por desgracia viene muy poco a vernos, pero servirle a el, me desespera. ¿Será que lo odio?
Hay momentos que no soporto ni su manera de abrir el periódico; estira los brazos, sacude el diario delante de si, antes de darle la vuelta a la hoja, como quien orea una pieza de tela.
Hace muchos años, ya que sino es para discutir, apenas hablamos.
No fue siempre así. Al principio todo era distinto. El estudiaba dibujo lineal por las noches y soñaba con hacerse arquitecto. Quería ser algo más. Es más llegue a pensar que el era alguien, pero nunca se atrevió a dejar su antigua vida. No se cuando perdí la confianza, pero me decepcionó hace ya mucho.
No era más listo ni más trabajador, ni más capaz que yo. Tampoco era fuerte, me refiero a más adentro, por ejemplo, no me sirvió de nada cuando creíamos que nuestra hija tenía meningitis. El miedo lo dominó y yo para poder estar enamorada necesito admirar al que ha de ser mi hombre.
Me ha decepcionado, le he dicho muchas veces y el se queda callado. Después me grita, maldice y luego se pone a orear el periódico.
Claro que quizás yo también he cambiado. Antes la vida me parecía llena de aventuras y por las noches mientras dormía, la cabeza se me llenaba de imágenes felices; mi pequeña hija, mi padre que tanto me quería y me sentía completa con su cariño. Eran estampas quietas, como las de los álbumes de cromo de mi infancia. Después deje de pensar en ellas porque siempre estaba tan cansada y esas cosas me dolían, así que me dormía nada más al acostarme.
Se me pasó la juventud.
Llega el día en el que te despiertas y te dices: así que en esto consistía la vida..Poca cosa.
Le he engañado en una ocasión con un compañero de trabajo. Fue un desastre. Yo buscaba amor, ese amor que puede llenar los días, las horas de soledad, de infelicidad, pero me equivoqué ya que sólo me buscaba a mí para eso, para pasar un rato. Además era casado. Me sentí ridícula y muy mal.
Entre uno y otro, entre esas cosas y todas las demás se me agrio el carácter. Yo de joven era alegre. Todos me decían que les encantaba mi vitalidad. Me llamaban “cascabelito”. Ahora que lo pienso, quizá para él yo también haya sido una decepción. Últimamente no hago otra cosa que gruñir, protestar y estar de un humor de los diablos todo el día.
A veces sin embargo, me despierto de madrugada sin saber donde estoy. Me rodea la oscuridad. Me acosa el vértigo, me encuentro sola en mi soledad, indefensa en la inmensidad de un mundo hostil.
Entonces mi brazo tropieza con su espalda y el rítmico sonido de su respiración y los ronquidos conocidos a mis oídos me invaden y me devuelven a la realidad. El esta durmiendo a mi lado, poco a poco, las tinieblas dejan de ser tinieblas y la habitación comienza a reconstruirse a mi alrededor. La mesita, el despertador, la pared del fondo, la blusa manchada que me quite anoche y que descansa sobre la silla.
La monotonía triunfa una vez más sobre el vacío. ¿Cuándo tendré fuerzas para romper ese muro? Me abrazo a mi almohada como cada noche, sus piro y contemplo como el alba pone linea de luz sobre el techo de las casas vecinas.
Entonces es cuando me digo:
“Es mi destino, es mi cruz…” ni modo.
(relato de mi hermanita, ALICIA MILLAN MORALES, que aparte de pintora, es escritora de las buenas)


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